martes, 11 de enero de 2011
Número 7: Eugenio Montejo
Mar de preguntas sin respuestas
¿A dónde fue Eugenio Montejo, el amante? ¿Fue acaso despedido por su amante, con un leve roce de labios, mejillas, manos y lagrimas salinas sin movimiento? ¿Sus lentes empañados le despidieron, sollozantes un te quiero desde el umbral del féretro? Partió no como parten todos, partió en un silencio que aun hoy permanece, olvidado, angustiado, solo. El sol continuó su ciclo, la tierra continuó girando, la vida continuó surgiendo, la muerte siguió llegando. Pero sus papiros siguen intactos, repitiendo el silogismo de sus versos.
Déjame que te ame mientras la tierra siga
Gravitando al compas de sus astros
Y en cada minuto nos asombre
Este frágil milagro de estar vivo.
No me abandones hasta que ella se detenga.
¿Quién vio a Eugenio cerrar los ojos y desaparecer? Desvanecerse cual montículo de polvo a la merced del viento ¿Quién escuchó enmudecer los latidos de su corazón? ¿Quién vio a los amantes desterrarse de su jardín intacto”
No conocí a Eugenio, sólo conozco su poesía amante, llena de rituales amorosos, contemplativa de dos cuerpos. Colmada de un dialecto bárbaro, donde apareció Manoa, enigmátizada, llena de trozos de versos, apiñados y amantes.
Estoy sintiendo todo lo que vivo
porque tras estas piedras sigo tu sombra
y me acompañan las palabras
En Manoa esta Montejo, puro y libre de entropías del mundo. Amante y sigiloso
Un solo amante puede salvarlo todo,
Lo que fue, lo que ha partido y ya no
Vuelve,
Los naufragios que emergen del olvido
Y nos persiguen al fondo de algún sueño.
Manoa es la amante sempiterna, secreta y publica, pura y compleja.
T. Richard Sabogal
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